Las Virtudes de nuestra Venerable Madre María Séiquer – Junio 2015

Nuestra alegría es inmensa al saber que, tras varios años, la Iglesia ha reconocido las virtudes heroicas de nuestra Madre María Séiquer siendo ya Venerable debido. La noción de heroicidad deriva de héroe, guerrero. Supone alto grado de valentía, fama y distinción. Es un motor que impulsa a actuar por encima de las inclinaciones humanas basando la fuerza en las inclinaciones divinas.

Recibimos la noticia el 7 de diciembre de 2014. El Papa Francisco reconocía las virtudes heroicas de nuestra Madre María. ¿Qué virtudes podemos destacar de nuestra querida Madre?

El perdón, fundamento de su vida. Amó a sus enemigos y cuidó y educó a los hijos de éstos. “Perdono a todos mis enemigos, te pido por ellos y avivo el deseo que me diste después del martirio de Ángel de perdonar a todos los que me hicieron mal…Tú, Señor, me enseñaste a perdonar desde la Cruz…no saben lo que hacen…”

La fe ciega. Recordemos que tras la muerte de D. Ángel (su marido) decidió marchar con su hermana religiosa a las Esclavas pero los senderos de Dios eran diferentes. El camino iba a ser más duro y difícil de lo que ella pensaba, más la confianza, la decisión, la lucha, su espíritu andariego y arriesgado junto con su fe ciega le llevarían a adentrarse en una nueva empresa, la Congregación de Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado. Así lo indica en sus escritos: “El corazón sufre pero no dejo de ver las providencias de Dios, que tantas veces nos parecen descabellos, y dónde está su mano para librarnos de lo que podrían ser obstáculos para su obra maravillosa”, “En Él tengo confiado todo mi asunto. Yo pienso en Él y Él pensará y obrará en mí”, “Todo lo hace bien y para nuestro bien. Él siempre va por delante. Él sabe llevarnos por el senderillo que más nos conviene”.

El horizonte de su misión fue extender el Reinado de Cristo Crucificado e irradiar a Cristo. “A todos los pueblos sin miras ni fronteras. A las almas que nos rodean. Al fin del mundo. Al mundo entero. A los más alejados, a los más olvidados, a los más difíciles, a los sitios insospechados…” Porque sabía, porque sentía que Dios iba con ella. También decía a las hermanas: “Necesitamos la máxima paciencia, la máxima benevolencia, y sobre todo, la caridad sin límites; entonces irradiaremos a Cristo y seremos verdaderas hermanas suyas”, “Debemos estar convencidas de que nuestra misión más que una conquista es una irradiación; que nuestra caridad sea una presencia de Jesús en nosotras que invite a todas las almas que nos rodean a seguir y amar a Cristo. Porque, según sea nuestra entrega, nuestra generosidad, así será más fecunda nuestra irradiación, no dejando huellas de nosotras sino de Cristo, a quien amamos y deseamos sea conocido y amado por los demás”. Atendía a las necesidades materiales y sociales: comida, ropa, cultura, etc. Pero sabía que éstas eran la base para ir haciendo descubrir la gran necesidad, el verdadero sentido.

La confianza en Dios era infinita. Madre Maria Seiquer GayaMadre María quería despertar en el desesperanzado la confianza en Dios. Como dijo Jesús a sus discípulos: “Hombres de poca fe, ¿de qué teméis?”. El está con nosotros, a nuestro lado, caminando paso a paso, acompañándonos en nuestra andadura. Porque no quiso irse, no nos quiso dejar solos..

Pero estas facetas de su entrega sin límites surgían porque había descubierto a Dios Amor. A Él se dirigía para coger fuerza en la vida y así oraba: “Ayúdame, Señor, a que no piense en mí sino en mi prójimo…a que sólo procure buscar ese olvido de mí para pensar en el bien que puedo hacer a los otros… Quiero ser pura caridad, deseando siempre el bien de los demás antes que el mío, quiero ser generosa poniendo mi voluntad al servicio de todos con libertad, con paciencia, con humildad” “Quiero que el amor sea el rey de esta casa” Madre María quería que el amor fuera el maestro de nuestra vida, de nuestro ser y hacer porque Dios es Amor, es ternura, es entrega, donación gratuita, lo es todo.

En estos momentos de desesperanza, busquemos el valor de la fe, de la firmeza, haciendo lo que tenemos que hacer, no quedándonos pasivos pero después de haber actuado, confiar. Así lo hizo Madre María. Luchó, perdonó, trabajó, pidió, buscó, corrió y después… lo dejó en manos de Dios, y se dejó en sus brazos como un niño en los brazos de su padre.

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