Testimonio de secretario de carcel que conoció a Madre Maria cuando pedia la libertad de los asesinos de su esposo

Testimonio de Rafael Navarro Mascarell, un anciano invalido que no era católico.

Yo era secretario del Juzgado de Plenarios en la autoria de guerra en Murcia, en la época que estaba terminada la guerra. Era la época dura, la época de las ejecuciones. Yo en el juzgado podía hacer lo que quería; los jueces tenían confianza en mi. Yo entonces era un hombre duro. Habia sufrido, y entonces siempre decía: «El que lo ha hecho, que lo pague». y en seguida, cuando llegaba algún problema, yo lo activaba a fin de que se viese el asunto lo antes posible, y poder ser se le aplicase la máxima sanción en el Consejo de Guerra, y me decía crudamente «¡Al paredon con esa gente!». En el juzgado aquel era donde preparabamos los Consejos de Guerra.
Por aquel tiempo venia a nosotros una señora, que era una latosa, no nos dejaba vivir… Venia siempre acompañada de otra compañera. Iban vestidas de negro con una especie de túnica, que para mi no eran monjas, ni nunca lo había pensado que lo fuesen. Ahora he podido descubrir que aquella mujer latosa fue la fundadora de esta Congregación de Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado. Yo no tenia idea de que hubiese tal Orden, ni de que llegase a existir. Yo nada mas sabia que me indignaba tanto que aquella mujer, que era de gran genio y carácter, fuese pidiendo que no saliesen adelante la ejecución de los que habían dado muerte a su marido. Y como no le hacíamos caso, la tomaba con nosotros, pues ella se resistía a aceptar nuestra actitud. Nosotros decíamos: «¡Fuera! ¡A tomar aire!» pero esto no servia de nada, porque lo que ella hacia era buscar al Teniente Coronel Sanchez Llorens. Y este bajaba pidiendo los sumarios de aquellas personas. Nosotros, que ya los teníamos preparados para enviarlos al Consejo de  Guerra, nos obligaba a no darles curso. Y nosotros siempre decíamos «Ya se ha salido esta mujer con la Angel Romero Elorriagasuya…»
… No la echabamos del juzgado, pero le poníamos mala cara y decíamos «Haga el favor de no molestar» pero no crea Usted que ella se achicaba o se iba. Parece que no oía lo que se le decía ¡Que importuna fue aquella mujer! Poco a poco fue logrando que nunca llegase la ejecución de alguno de ellos. El ‘Lechuga’ creo que le llamaban, yo creo que el pobretico murió de miedo, de enfermedad, en su cama…
… Y Ustedes no pueden pensar la de testigos que se presentaron para decirnos todas las barbaridades que este hombre había hecho, que cogió los cadáveres y dijo «¿Quereis carne de chino (cerdo)? Y empezó a levantar cadáveres y hacerse el gracioso. Pero murió en la cama. Y otros que habían matado a Don Angel y a los demás también se salvaron»…
… Ella nunca decía porque era su deseo no hacer daño a estos hombres y dejarlos en libertad. Solo se presentaba muy amable. Salían otros sumarios pero aquellos no logramos sacarlos. Yo sali de aquella oficina pero el sumario nunca salio. Algunas veces llegaba a preguntar a mis compañeros y me dijeron: «No ha salido, sigue allí»…
No podíamos explicar ese empeño tan grande de querer salvarlos, habiendo esta salvajada a su esposo. A los ojos humanos, como yo lo veía no tenia explicación la actuación de esta mujer…
… Llegue aquí (Villa Pilar) el día de la convivencia de minusvalidos. Vi el ambiente y me pregunte «¿pero esto que es? ¿Quienes son estas religiosas? ¿Quien fundó esto?» al explicarme «Una señora de Murcia…» Me explicaron la historia…
… Entonces explote diciendo «¿A que es la latosa que venia a la Auditoria y que tanto porfiaba?» y entonces fue cuando di a conocer a las religiosas todos esos detalles de acabamos de relatar, y que venían a descubrir la figura de la Madre Seiquer Gayá…
… Yo nunca he querido ni a una monja ni a un cura. Es la primera vez que yo quiero a una monja, y que siento admiración por ella. Yo no recuerdo la fisonomía de la Madre Maria, pero cuando iba por la Auditoria tendría unos cuarenta y tantos años… Estaba muy bien relacionada, y se aprovechaba de ello para poder hacer el bien…
… Yo no tengo inconveniente de encomendarme a ella y decirle: «Madre», porque esa palabra de «Madre» me consuela decirla. Yo recurro a ella en mis apuros y enfermedad y hasta hay veces que me atrevo a decir: «Madre, que tú padeciste la misma enfermedad que yo, que tú te viste imposibilitada igual que yo: ayúdame, ayúdame, ayúdame…
… Yo que digo todo esto, no soy católico; yo soy evangélico, soy luterano. Para mi no hay mas fe que la Santa Biblia; soy un amante de la Biblia, de la palabra de Dios… Esta tarde cuando estaba con ella a los pies de su sepultura, yo le decía: «Madre, tú me conoces y lo sabes mejor que yo; tú estas ahora en presencia de Dios; tú estas ante el trono de la gracia, tú sabes perfectamente quien es éste que recurre para que tú intercedas ante el Señor…
… ¿Porque quieres, Señor, que yo sin ser católico sirva la Causa católica de esta mujer? Yo le pido a la Madre que interceda por mi, un hombre enemigo de los Santos, y me pregunto «¿Que carisma tiene esta mujer para doblegar a un caballo desbocado como era yo?»

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